I’m a Latin Americanist. My only qualifications to analyze U.S. politics are that I’ve spent my life in the United States, I’ve voted here since 1988, and I work as a policy advocate in Washington. When I travel, I go to Latin America. If I travel within the United States, I go to the border or to a college town to give a lecture. I don’t have my finger on the pulse of U.S. public opinion, especially in red states.
Still, here’s a quick comment, because a lot of colleagues and partners in Latin America are asking me what’s going to happen. Here’s my guess. (And by the way, note what it says at the top of this website: I’m speaking for myself here, not WOLA, my employer. This site is my space, which I pay for.)
- It looks like Joe Biden is winning 306 electoral votes, well beyond what he needs, and North Carolina (15 more) isn’t totally out of reach.
- By the time California is counted, the popular vote margin will be about four percentage points, which means that this election could be the second least close of the six presidential elections we have had so far this century.
- Very important: this was the U.S. election with the largest participation rate since 1900. 120 years.
In four or five states (Wisconsin, Georgia, Pennsylvania, Nevada, maybe Arizona), Biden’s margin will be in the 1 percent or less range. In those, there will be scrutiny of the voting to ensure there was no fraud or error. The Trump campaign is filing—or may file—lawsuits in those states, alleging fraud or obstruction of observers, things like that.
The courts will examine the evidence the Trump campaign brings forward. There’s little reason to believe that a judge, even a conservative judge, will find this evidence sufficient to explain the outcome in those states. The cost of a frivolous decision on the result of a record-turnout election is very high. It would make the country ungovernable.
If that doesn’t work, Trump’s parallel strategy is the public opinion route. He’s already doing that, on Twitter and in Thursday evening’s unhinged address. Trump is going to appeal to his political base. And we’ve just seen that base is larger than most of us thought: 70 million votes or more.
By spreading provably untrue allegations, Trump may convince most of that base that some vague “theft” took place. But Trump’s speech on Thursday afternoon was pretty incoherent and downright scary. Scary enough, I’d guess, to keep his more moderate supporters from accompanying him on this particular journey.
Trump will continue to have the support of the radical part of his base (perhaps the majority of that base), much of the Republican Party (which believes it gained modest ground in Congress because it clung to the president), and some right-wing media. But that is not enough on its own. With this coalition, if Trump continues to fight in the weeks ahead, we will see his position—and probably his mental state—deteriorate.
Trump’s problem is that he doesn’t have the support of major institutions. Unlike other authoritarian populists worldwide, he didn’t consolidate his domination of institutions. He doesn’t have the bureaucracy. He almost certainly doesn’t have the armed forces. The justice system is conservative, but won’t follow him where he is going. Nearly all major media are about to call states for Biden. Investors and financial markets want stability and predictability, which requires that the rules be followed. Celebrities will rally their fans against Trump, as many already have done. Even leaders of big religious denominations, including some fundamentalists, will voice disapproval.
None of these sectors will support a leader who lost an election. Especially an election that had so much voter participation. And even if institutions aren’t enough, and Trump persists, there’s civil society. The street demonstrations and other actions demanding Trump’s departure would be massive, much larger than what we saw after George Floyd’s murder.
Trump will go. But it will be ugly, and we may have to fight for it. And then, as ex-president, Trump will continue to be the leader of the opposition. Like ex-president Uribe in Colombia, he’ll have at least a third of the country behind him, he’ll be able to dominate news cycles with his tweets and pronouncements, and he’ll always seem to be a step ahead of prosecutors and investigators examining his lawbreaking.
In the whole world, there are almost no examples of an authoritarian and populist leader losing an election before he manages to consolidate his dominance over institutions. This is a great test of the 244-year-old American system. I am optimistic, but what’s coming in the next few weeks may be traumatic.
¿Entonces qué sigue?
Soy especialista en América Latina. Mis únicas calificaciones para analizar la política de los Estados Unidos son que he pasado mi vida en este país, he votado aquí desde 1988, y trabajo haciendo incidencia política en Washington. Cuando viajo, voy a América Latina. Si viajo dentro de los Estados Unidos, voy a la frontera o a una ciudad universitaria para dar una conferencia. No tengo mi dedo en el pulso de la opinión pública estadounidense, especialmente en los estados rojos.
Aún así, aquí va un comentario rápido, porque muchos colegas y socios en América Latina me preguntan qué va a pasar. Esta es mi suposición. (Y por cierto, fíjense en lo que dice en la parte superior de este sitio web: Estoy hablando por mí mismo aquí, no por WOLA, mi empleador. Este sitio es mi espacio, por el cual pago.)
- Parece que Joe Biden va ganando 306 votos electorales, mucho más de lo que necesita, y Carolina del Norte (15 más) no está totalmente fuera de su alcance.
- Para cuando se cuente California, el margen de voto popular será de unos cuatro puntos porcentuales, lo que significa que esta elección podría ser la segunda menos reñida de las seis elecciones presidenciales que hemos tenido en lo que va de siglo.
- Muy importante: esta fue la elección estadounidense con la mayor tasa de participación desde 1900. 120 años.
En cuatro o cinco estados (Wisconsin, Georgia, Pensilvania, Nevada, tal vez Arizona), el margen de Biden estará en el rango del 1 por ciento o menos. En esos, habrá un escrutinio de la votación para asegurar que no hubo fraude o error. La campaña de Trump está presentando—o puede presentar—demandas en esos estados, alegando fraude u obstrucción de los observadores, cosas así.
Los tribunales examinarán las pruebas que la campaña Trump presente. Hay pocas razones para creer que un juez, incluso un juez conservador, encontrará esta evidencia suficiente para explicar el resultado en esos estados. El costo de una decisión frívola sobre el resultado de una elección de participación récord es muy alto. Volvería ingobernable el país.
Si eso no funciona, la estrategia paralela de Trump es la ruta de la opinión pública. Ya lo está haciendo, en Twitter y en el discurso desquiciado del jueves por la tarde. Trump va a apelar a su base política. Y acabamos de ver que esa base es más grande de lo que la mayoría de nosotros pensaba: 70 millones de votos o más.
Al difundir acusaciones probadamente falsas, Trump puede convencer a la mayoría de esa base de que algún “robo” tuvo lugar. Pero el discurso de Trump del jueves por la tarde fue bastante incoherente y francamente aterrador. Lo suficientemente aterrador, supongo, para espantar a sus partidarios más moderados; no queda claro que lo acompañen en este viaje.
Trump continuará teniendo el apoyo de la parte radical de su base (quizás la mayoría de esa base), gran parte del Partido Republicano (que cree que ganó un modesto terreno en el Congreso porque se aferró al presidente), y algunos medios de comunicación de derecha. Pero eso no es suficiente por sí solo. Con esta coalición, si Trump sigue luchando durante las próximas semanas, veremos cómo su posición—y probablemente su estado mental—se deteriora.
El problema de Trump es que no tiene el apoyo de las grandes instituciones. A diferencia de otros populistas autoritarios en todo el mundo, no consolidó su dominio de las instituciones. No tiene la burocracia. Es casi seguro que no tiene las fuerzas armadas. El sistema de justicia es conservador, pero no lo seguirá a donde va. Casi todos los grandes medios de comunicación están a punto de “certificar” los estados ganados por Biden. Los inversionistas y los mercados financieros quieren estabilidad y previsibilidad, lo que requiere que se sigan las reglas. Las celebridades reunirán a sus fans contra Trump, como muchos ya lo han hecho. Incluso los líderes de las grandes denominaciones religiosas, incluyendo algunos fundamentalistas, expresarán su desaprobación.
Ninguno de estos sectores apoyará a un líder que perdió una elección. Especialmente una elección que tuvo tanta participación de los votantes. Y aún si las instituciones no sean suficientes, y Trump persista, está la sociedad civil. Las manifestaciones callejeras y otras acciones exigiendo la salida de Trump serían masivas, mucho más grandes que las que vimos después del asesinato de George Floyd.
Trump se irá. Pero será feo, y puede que tengamos que luchar por ello. Y entonces, como ex presidente, Trump seguirá siendo el líder de la oposición. Como el ex presidente Uribe en Colombia, tendrá al menos un tercio del país detrás de él, podrá dominar varios ciclos de noticias con sus tuits y declaraciones, y siempre parecerá estar un paso adelante de los fiscales e investigadores penales que examinan su incumplimiento de la ley.
En todo el mundo, casi no hay ejemplos de un líder autoritario y populista que pierda una elección antes de que logre consolidar su dominio sobre las instituciones. Esta es una gran prueba del sistema estadounidense, que tiene ya 244 años. Soy optimista, pero lo que viene en las próximas semanas puede ser traumático.